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viernes, 06 de abril de 2018cermi.es semanal Nº 296

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"4,32 millones de personas con discapacidad,
más de 8.000 asociaciones luchando por sus derechos"

Opinión

Delitos de odio y acoso escolar

Por Fran Sardón, presidente PREDIF y CERMI Castilla y León

30/03/2018

Fran Sardón, presidente de Predif y CERMI Castilla y LeónCon qué grado de paradoja y desconcierto se comporta en ocasiones nuestra sociedad y dentro de esa discordancia, qué insoportables son las consecuencias de sus contradicciones y qué angustia nos produce el saber que nunca estaremos libres de la necedad de los que al mismo tiempo son pocos y demasiados, pero que lamentablemente forman parte de nuestra sociedad. Paradójico el comportamiento porque las personas con discapacidad y sus familias hablan de forma abierta y generalizada de formar parte activa de la sociedad, de compartir espacios, inquietudes, educación, entornos laborales y culturales con personas con y sin discapacidad. Hablamos de inclusión como la vía más natural de constatar que somos una sociedad diversa y, sin embargo, en ocasiones, en demasiadas ocasiones, la cruda realidad y los fríos datos nos alertan sobre la peligrosidad de considerar prematuramente madura a la sociedad a la que pertenecemos todos.
 
En 2017 aumentaron un 15,9%, con respecto al año anterior, los delitos de odio por motivo de discapacidad, siendo el colectivo que más ha sufrido el aumento de este tipo de delitos según el último informe del Defensor del Pueblo. Escalofriantes los datos. En el año 2006 se aprobó la Convención Internacional para la Defensa de los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU que España ratificó en 2008. Este hito normativo generaba un antes y un después en cómo se iba a producir de cara a futuro el ensamblaje en la sociedad de las personas con y sin discapacidad y esa unión se debía producir a base de aplicar criterios inclusivos en todas las áreas y aspectos de la vida. Cuesta creer que el camino iniciado esté produciendo, a tenor de los datos, el efecto contrario. Los datos siempre gélidos destapan realidades que nos hacen tambalearnos. Recientemente un menor de 15 años con Trastorno del Espectro Autista (TEA), en concreto asperger, fue rociado con legía la cara y el cuerpo por tres menores en un colegio de la localidad leonesa de La Virgen del Camino. ¿Qué se les pasó por la cabeza a esos tres menores para realizar tan vil fechoría? Miedo encubierto, desconfianza hacia los que son diferentes o desconocimiento supino de la sociedad de la que forman parte. Una acción de este tipo hace retroceder nuestras legítimas aspiraciones de formar parte activa de la comunidad que ayudamos a progresar. Este no es un caso aislado ya que muchos de los delitos de odio que se recogen en el informe del Defensor del Pueblo se producen en el ámbito escolar. Otra paradoja de nuestro sistema, ya que del ámbito escolar debían salir las personas formadas en la diversidad y preparadas para convivir en una sociedad plural donde todos tenemos cabida, donde todos tenemos derechos y obligaciones y donde el respeto, en toda su amplia concepción, debía ser la base donde se sustenta nuestro crecimiento como personas. 
 
¿Qué estamos haciendo mal para que en lugar de progresar adecuadamente hacia una sociedad abierta y tolerante nos encontremos cada vez más trabas y repudiables contratiempos? ¿Qué les ocurren a nuestros hijos? ¿Qué estamos haciendo los mayores? Muchas incógnitas difíciles de despejar en un artículo de opinión, pero es evidente que no lo estamos haciendo bien, empezando porque somos muy dados a mirar para otro lado cuando el agredido es otro, normalmente al que le presuponemos el más débil, e incluso cerramos los ojos cuando no queremos escuchar que tenemos una pequeña parte de responsabilidad de lo que ocurre a nuestro alrededor y del comportamiento de nuestros hijos. ¿A quién responsabilizaremos cuando el agredido sea nuestro hijo? ¿Cerraremos los ojos o los abriremos para encontrar respuestas? ¿Y dónde se encuentran las contestaciones que nos consuelen y nos reafirmen en nuestro empeño de formar parte y no estar aparte? Se encuentran en nosotros mismos, eso lo sabemos, en «nosotros» las personas con discapacidad y en «nosotros» las familias, porque no flaquearemos en el empeño de respetarnos como personas y hacernos respetar.
 
Es posible y estoy convencido de que muchas personas y familias se sumaran en la defensa de nuestra dignidad y derechos sin que sean personas con discapacidad ni tengan ningún hijo con discapacidad, por el mero hecho de salvaguardar también su dignidad como personas y por la inteligente decisión de querer contribuir activamente en la construcción de una sociedad meritoria que será la que dejaran a sus hijos. A mí no me gustaría que mi hijo se preguntara algún día qué hicieron sus padres para mejorar la sociedad a la que un día tendremos que dejar que nuestro hijo camine solo. ¿Sabe usted que se responderá su hijo cuando se lo pregunte? No me gustaría que llegara a la conclusión de que no hicimos nada, de que no levantamos la voz cuando una injusticia se posó frente a nuestros ojos. No me gustaría que llegara a la conclusión de que descargamos toda nuestra responsabilidad en los educadores, en los profesores, en el sistema y en la sociedad como si nosotros solo quisiéramos formar parte de ella cuando nos conviene, cuando nos ataña directamente. Y cuando nos convenga y nos atañe quizás sea demasiado tarde para acordarnos porque la sociedad no está preparada y tampoco hicimos nada para que lo estuviera. Entonces, ¿qué pensará nuestro hijo?
 
(Artículo publicado en El diario de Valladolid)
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